Hace unas semanas, el ministro de Sanidad, Bernat Soria, afirmó que en España faltan médicos españoles. Si entra en un hospital o en un ambulatorio cualquiera de Portugal, puede apostar a que encontrará alguno. En este momento hay cerca de 1.700 españoles ejerciendo al otro lado de la frontera.
El éxodo de médicos comenzó a finales de los años noventa. En el Algarve, la presencia hispana alcanza cotas superiores al 20%. En las urgencias de Ponte de Lima, de 16 médicos, 14 son españoles. En el distrito de Viana de Castelo son un 23,6% (57 de 242). Y aunque algunos han vuelto (sobre todo gallegos, porque Galicia sacó hace unos meses 2.461 plazas a concurso), el resto es reacio. Si el ministro les pide que regresen, la mayoría dirá que no.
Primero le contarán oscuras historias sobre su experiencia española. Unos huyeron por "la falta absoluta de oportunidades"; otros se fueron "hartos de un sistema totalmente perverso y cerrado"; alguno más le hablará de "agresiones de los pacientes y unas condiciones laborales de semiesclavitud". "¿Volver yo? ¡Ni hablar! Aquí estamos muy contentos", dice Ana Herrero, de 38 años, neuróloga en el Hospital Amadora-Sintra, a las afueras de Lisboa. Herrero llegó hace cinco años con su marido, José Mera Campillo, también médico.
Los recuerdos de los españoles sobre el sistema de salud que dejaron atrás son sorprendentes. Si no fuera por la bata, sería difícil distinguir si hablan del sector sanitario o de la construcción. Según Campillo, "la política de universidades y de plazas ha sido una chapuza total. Independientemente del color político, las comunidades autónomas han montado sus reinos de Taifas y no hay movilidad".
Ricardo Ginestal, de 35 años, prefirió ahorrarse la experiencia de trabajar becado por un laboratorio. "Me ofrecieron una beca de párkinson en Sevilla. Consiste en ser el chico para todo de un médico célebre. Lo paga la industria. Y lo que en teoría sirve para terminar tu tesis doctoral, en realidad consiste en tratar pacientes a destajo".
Ginestal renunció a una segunda oferta, una suplencia de verano. Y se hizo médico de empresa. Sólo duró unos meses. Ahora está encantado con su jefe. "Es para sacarlo a hombros, me recomienda que vaya a congresos, hago lo que me gusta, no me controla y me mete en ensayos clínicos que te pagan más". "Me gustaría volver a España, pero veo muy difícil que allí encuentre lo que tengo aquí. Soy adjunto, tenemos el reconocimiento que allí nos niegan. Aquí ni siquiera han editado la Guía de reacción a agresiones".
Como muchos otros compatriotas expatriados a Portugal, los médicos españoles todavía no han matriculado sus coches, pero se sienten integrados. Y el sentimiento es mutuo: "Son trabajadores cinco estrellas, tienen mucho sentido del deber", dice Helena Cardoso, enfermera del servicio de Neurología. "Y no hay choque cultural, aunque a veces sueltan algún taco".
No se cómo se ha llegado a esto, pero aunque explica gran parte de lo que nos pasa, si no hacemos una reflexión profunda y todos cambiamos un poco, el futuro no nos es propicio.
El éxodo de médicos comenzó a finales de los años noventa. En el Algarve, la presencia hispana alcanza cotas superiores al 20%. En las urgencias de Ponte de Lima, de 16 médicos, 14 son españoles. En el distrito de Viana de Castelo son un 23,6% (57 de 242). Y aunque algunos han vuelto (sobre todo gallegos, porque Galicia sacó hace unos meses 2.461 plazas a concurso), el resto es reacio. Si el ministro les pide que regresen, la mayoría dirá que no.
Primero le contarán oscuras historias sobre su experiencia española. Unos huyeron por "la falta absoluta de oportunidades"; otros se fueron "hartos de un sistema totalmente perverso y cerrado"; alguno más le hablará de "agresiones de los pacientes y unas condiciones laborales de semiesclavitud". "¿Volver yo? ¡Ni hablar! Aquí estamos muy contentos", dice Ana Herrero, de 38 años, neuróloga en el Hospital Amadora-Sintra, a las afueras de Lisboa. Herrero llegó hace cinco años con su marido, José Mera Campillo, también médico.
Los recuerdos de los españoles sobre el sistema de salud que dejaron atrás son sorprendentes. Si no fuera por la bata, sería difícil distinguir si hablan del sector sanitario o de la construcción. Según Campillo, "la política de universidades y de plazas ha sido una chapuza total. Independientemente del color político, las comunidades autónomas han montado sus reinos de Taifas y no hay movilidad".
Ricardo Ginestal, de 35 años, prefirió ahorrarse la experiencia de trabajar becado por un laboratorio. "Me ofrecieron una beca de párkinson en Sevilla. Consiste en ser el chico para todo de un médico célebre. Lo paga la industria. Y lo que en teoría sirve para terminar tu tesis doctoral, en realidad consiste en tratar pacientes a destajo".
Ginestal renunció a una segunda oferta, una suplencia de verano. Y se hizo médico de empresa. Sólo duró unos meses. Ahora está encantado con su jefe. "Es para sacarlo a hombros, me recomienda que vaya a congresos, hago lo que me gusta, no me controla y me mete en ensayos clínicos que te pagan más". "Me gustaría volver a España, pero veo muy difícil que allí encuentre lo que tengo aquí. Soy adjunto, tenemos el reconocimiento que allí nos niegan. Aquí ni siquiera han editado la Guía de reacción a agresiones".
Como muchos otros compatriotas expatriados a Portugal, los médicos españoles todavía no han matriculado sus coches, pero se sienten integrados. Y el sentimiento es mutuo: "Son trabajadores cinco estrellas, tienen mucho sentido del deber", dice Helena Cardoso, enfermera del servicio de Neurología. "Y no hay choque cultural, aunque a veces sueltan algún taco".
No se cómo se ha llegado a esto, pero aunque explica gran parte de lo que nos pasa, si no hacemos una reflexión profunda y todos cambiamos un poco, el futuro no nos es propicio.
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