Respetando todos los puntos de vista; nunca me he sentido capacitado para ganar dinero ejerciendo mi profesión, no soy capaz de diagnosticar una enfermedad fatal y cobrarle al final, siempre he considerado que sería mercadear con el sufrimiento de otros. Por eso, me he sentido tan cómodo en este Sistema en el que el pagador es "otro"; te proporciona un salario que te permite vivir dignamente y te proporcionaba todas la herramientas para ejercer con dignidad, "el intermediario esencial".
Este año hace 30 que terminé la carrera; recuerdo cuando Ernest Lluch hizo universal la asistencia sanitaria, recuerdo las voces críticas por aquel entonces de colapso del Sistema y cómo el orgullo impregnó a muchos de los que trabajábamos con el mensaje de solidaridad que la decisión transmitía. Me veo en el Lois de Huelva atendiendo a todo tipo de personas y patologías sin preocuparnos de qué tipo de aseguramiento tenían. Recuerdo el aplauso mundial al Sistema Sanitario español por su eficacia y eficiencia, todos querían ser como nosotros, pero sus lobys privados no se lo permitían y encarecían la asistencia de sus ciudadanos.
Ahora, cuando asistimos al desmantelamiento de la estructura científica y solidaria que más ha hecho por la cohesión social de nuestro país, me encuentro perdido:
No sé cómo decirle a la paralítica cerebral que lleva encamada 50 años que tiene que pagarse la ambulancia que la lleva al hospital para que le cambien la sonda por la que se nutre, o que los batidos que la mantienen debe pagarlos su familia.
O qué hago con el paciente que va en una silla de ruedas por un accidente cerebral y que ya no podrá cambiar de silla si no se la paga.
O qué hago con las viudas que cobran una pensión escasa que no podrán hacerse cargo de la factura de sus medicamentos.
O cómo le digo al despapelao seropositivo que ya no lo puedo atender y que en el hospital no le darán las pastillas que frenan al virus.
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En fin, cómo le digo a tantos que tienen que pagar lo que ya pagaron con sus impuestos porque ahora gobiernan los que defienden los intereses de las empresas que siempre quisieron hacer negocio con el sufrimiento de las personas.
Pero me he sentido reconfortado, porque me declaro objetor de este decreto ley que es: xenófobo, inmoral, injusto, y peligroso para la salud pública. Hay una corriente de médicos que promueven la insumisión y la objeción de conciencia para con este decreto. Desde aquí me sumo a ella.