Pedro Delgado Sánchez
Es Jerez de los Caballeros una hermosa población de la provincia de Badajoz. Allí nació mi abuela y murió mi abuelo. El 21 de septiembre de 1936 no hubo guerra, sólo una rueda interminable de fusilamientos. Y cabezas de mujeres rapadas. Y expolio de propiedades de los vencidos. Y miedo, mucho miedo. Ningún jerezano de derechas fue asesinado antes de la conquista. Fueron encarcelados por la autoridad republicana y eso les salvó.
El 21 de septiembre de 2006 era yo quien entraba en Jerez de los Caballeros. Acudí al homenaje de los republicanos fusilados. Y a buscar a mi abuelo. Oí historias inimaginables. Hice amigos. Entre éstos, una mujer a quien la violencia le había arrebatado dos hermanos, José y Francisco. A Francisco le enterró en el pueblo tras recoger su cuerpo del cementerio de Bermeo (Vizcaya), donde fue cristianamente sepultado tras morir en el País Vasco, combatiendo en las filas del ejército de Franco. Era católico. Como la madre de mi amiga, ferviente, celosa cumplidora de sus deberes para con su Iglesia. Tan devota que hizo prometer a su hija antes de morir que en cuanto "se pudiera" enterraría a su otro hijo, José, como a un auténtico cristiano. José fue fusilado por falangistas el 3 de octubre de 1936, contra las paredes del cementerio. La única acusación que conocieron fue, años después, bajo secreto de confesión, que había reído ante el paso de los presos de derechas cuando eran llevados a trabajar. Tenía 23 años. Lo enterraron en una fosa común exhumada en el cementerio de Jerez de los Caballeros en 1981. Mi amiga decidió que no podía dejar allí a sus otros conciudadanos. En ese momento, 65. Hay en el cementerio de Jerez de los Caballeros un mausoleo en cuya lápida blanca grabaron: "Holocausto. 1936-1939". Y la paloma de la paz de Picasso. Mi amiga me contó que no se atrevieron a poner los nombres de los republicanos por "no abrir viejas heridas".
Años más tarde, antes de fallecer la madre de mi amiga, recibieron una sorprendente visita. Eran dos sacerdotes que venían a ofrecer la posibilidad de emprender el proceso para proclamar mártir a su hijo Francisco, caído por Dios y por España en el frente del País Vasco. Me cuenta mi amiga que su madre les dijo a los ministros de su amada Iglesia católica que ella conocía mejor que nadie a Francisco. Y a su otro hijo José. Y que si bien ambos eran muchachos de buen corazón y mejores actos, si por su forma de actuar en la vida alguno podía ser denominado santo, ése era su hijo José. Cuenta mi amiga que tras insistir brevemente, los sacerdotes salieron de su casa. Ni el próximo 28 de octubre, ni ningún otro día, los nombres de Francisco y de José serán mencionados en la plaza de San Pedro de Roma.
Cartas al director, EL PAÍS, 12.10.07
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