lunes, 11 de junio de 2007

REGALOS PARA EL GALENO



Servando Caspe Buendía había quedado tocado tras la larga agonía de su mujer.
Aquella tarde cuando lo ví fuera, al terminar la consulta, me extrañó, no estaba citado y él no solía acudir sin cita. Era un hombre corto, arrugado, parco en palabras, de pensamiento simple, que había superado los ochenta y los últimos diez los había dedicado a la servidumbre de su princesa muerta.
Me dijo que “hacía” negro como el alquitrán. La verdad es que el cansancio del final de la consulta, la pereza, y la idea de someter a aquel pobre hombre a un tacto rectal, me llevaban a buscar falsas teorías donde sólo había certeza. En un momento dado y ante mis divagaciones mi interlocutor me espetó:
.-Si no le molesta la traigo aquí.
Dirigiendo su mano hacía el bolsillo posterior de su pantalón. Sin darme tiempo a detenerlo, comenzó a desenvolver el preciado tesoro; que terminaron siendo dos pequeñas cagarrutas, convenientemente desecadas al sol, que inundaron la estancia de un inconfundible aroma a mierda seca, y que resultaron ser negras.
Los preciados presentes que adornan nuestra cotidiana labor.

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