Servando Caspe Buendía había quedado tocado tras la larga agonía de su mujer.
Aquella tarde cuando lo ví fuera, al terminar la consulta, me extrañó, no estaba citado y él no solía acudir sin cita. Era un hombre corto, arrugado, parco en palabras, de pensamiento simple, que había superado los ochenta y los últimos diez los había dedicado a la servidumbre de su princesa muerta.
Me dijo que “hacía” negro como el alquitrán. La verdad es que el cansancio del final de la consulta, la pereza, y la idea de someter a aquel pobre hombre a un tacto rectal, me llevaban a buscar falsas teorías donde sólo había certeza. En un momento dado y ante mis divagaciones mi interlocutor me espetó:
.-Si no le molesta la traigo aquí.
Dirigiendo su mano hacía el bolsillo posterior de su pantalón. Sin darme tiempo a detenerlo, comenzó a desenvolver el preciado tesoro; que terminaron siendo dos pequeñas cagarrutas, convenientemente desecadas al sol, que inundaron la estancia de un inconfundible aroma a mierda seca, y que resultaron ser negras.
Los preciados presentes que adornan nuestra cotidiana labor.
lunes, 11 de junio de 2007
REGALOS PARA EL GALENO
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